En la iglesia del seminario de Varsovia, el Profesor Skarżyński habló no sólo sobre el sufrimiento: Como decía San Agustín: “En este mundo es imposible no sufrir”. Si vemos a alguien luchando contra una enfermedad grave y crónica, es evidente que esta persona está sufriendo. ¿Nos damos cuenta sin embargo que sufre también una persona con trastornos auditivos? No me refiero ni siquiera a la sordera total, porque esta aparece con poca frecuencia. Estoy hablando de los trastornos auditivos que dificultan la comunicación día a día. Últimamente, en los medios de comunicación se escribe mucho sobre el sufrimiento y la depresión. No obstante, y lo que es lamentable, he encontrado tan sólo un artículo que mencionaba como motivo de sufrimiento los trastornos auditivos.
Hay que darnos cuenta de que la vía auditiva constituye nuestro primer canal de información. Es el primero de los sentidos en desarrollarse en la vida fetal. Utilizando las tecnologías modernas, tales como la resonancia magnética funcional o la encefalografía, somos capaces de seguir su desarrollo. Las mismas tecnologías – aprovechando la vía auditiva – permiten saber qué pasa en nuestro cerebro, por ejemplo, determinar con precisión las regiones responsables por el dolor y el sufrimiento físico (desgraciadamente esto es más difícil si tomamos como referencia una definición más amplia del dolor y sufrimiento). Al evaluar nuestro cerebro en base a la resonancia magnética funcional podemos decir también si alguien sabe identificarse con otra persona en sufrimiento o captar fenómenos atípicos que indican que alguien no es capaz de compadecer (psicópatas).
¿Por qué los trastornos auditivos que dificultan la comunicación constituyen una fuente de sufrimiento tan importante? La comunicación es imprescindible en el desarrollo de las sociedades modernas. El sentido de audición permite desarrollar el habla y la lengua, o más bien lenguas (actualmente sin dominar varios idiomas no se puede hablar de una educación de calidad o buen puesto de trabajo). Mientras tanto, cada vez más personas en el mundo tienen problemas con la audición. Según los datos recogidos en distintos congresos científicos continentales y mundiales, ya más de mil millones de personas padece de diversos tipos de problemas auditivos que dificultan la comunicación día a día. Los trastornos auditivos constituyen por lo tanto un problema social grave.
Nuestra sociedad envejece. Nacen cada vez menos niños, incrementa el número de personas mayores. Hasta tres cuartos de personas mayores de 75 años tienen todo tipo de trastornos auditivos. Estas personas sufren porque no oyen bien, no llegan a entender. Se retiran de la vida social. Debemos prevenir su aislamiento, debemos salir a su paso.
Los estudios realizados en el Instituto de Fisiología y Patología Auditiva indican que los trastornos auditivos son cada vez más comunes en niños. Aunque los que nacen con sordera forman tan sólo una milésima parte de niños, en la edad escolar temprana los distintos tipos de trastornos auditivos los tiene ya un 20% de niños. Es el precio que la generación joven paga por vivir en el ruido omnipresente, escuchar música por los auriculares, etc.
La pregunta es: ¿se puede prevenir el sufrimiento derivado de los trastornos auditivos? Sí. Hay que buscar pruebas diagnósticas que permitan detectar los primeros síntomas de hipoacusia en su etapa temprana. Un diagnóstico temprano debería permitirnos decir: “en 10 años usted puede desarrollar tal enfermedad. Pero puede evitarla o alentar su desarrollo si protege su audición.” Y si la enfermedad se desarrolla hay que tratarla. Hoy disponemos de las posibilidades tecnológicas que permiten mejorar la audición en casi cualquier paciente.
No sólo nosotros, los médicos, sino también cada uno de vosotros tiene la posibilidad de apoyar a las personas en sufrimiento. Esto se puede hacer fortaleciendo las relaciones intergeneracionales, cuidando los valores familiares y la solidaridad en familia. ¡La asistencia institucional nunca va a sustituir a la familia! En el mundo no existe un sistema que ofreciera a cada uno todo lo que este espere. Si nos olvidamos de los valores tradicionales de familia, tenemos pocas oportunidades de combatir el aislamiento, el dolor y el sufrimiento.